Ver a Su Majestad Emérita
en las Ventas apoyando la Fiesta de los toros, me produce una
tranquilidad imponente. Este Rey castizo ha hallado por fin la forma de hacer
algo por este desdichado país llamado España
sin poner en peligro su estabilidad emocional. Lo acompaña su hija, la
buena, la Infanta Helena. Y para una
estricta moralidad monárquica, siempre es
mejor verlo junto a ella, en familia, que en cacerías de Estado y otras
monterías regocijantes.
En la sala Antoñete, junto al patio de caballos, hay una
exposición firmada por Nekane Etxeverría
que recomiendo a Su Majestad Emérita y a la Infanta, séquito y la compaña. Son retratos de toreros y de gente del toro y,
naturalmente, entre la gente del toro está don Juan Carlos, su augusta madre y su augusta hija a la que el pueblo
ya ha empezado a llamar la Chata, su antepasada que iba a los toros de
Carabanchel y los poetas le hacían versos.
Que yo sepa a doña
Helena aun no le han hecho versos, pero la ha retratado Nekane y la ha sacado
muy propia. La exposición es un gozo por el alarde técnico de una retratista de
primera: 40 retratos. A mí no me gustan todos los toreros retratados, pero me
gustan los retratos.
En el ruedo, un cartel
polémico y de tronío; las cicatrices de un guerrero, Juan José Padilla; la controversia cuché de Manzanares y la garra seca de Miguel
Ángel Perera. Los toros del Pilar, con buenas condiciones, dicen, pero
derrengados. O sea como yo, que tengo condiciones de velocista, pero por la
cojera se me joden las olimpiadas. A Padilla
no lo incomodaron demasiado, mas a Perera lo llevaron por la calle de la
amargura: cojos con mala leche. El viento atemporalado, sobre todo en el
primero de Manzanares. La muleta era un rebuño enfurecido. Un riesgo, cierto; en lo que va de feria no he visto a ningún
torero empapar la muleta en agua, arrastrarla por el suelo para darle peso
y consistencia de tierra mojada.
Manzanares, lo de
siempre: suprema elegancia, belleza suprema, supremo despegue. Y supremo
bajonazo de juzgado de guardia. Parte de la plaza no le perdona que sea hijo de
su padre ni que haya heredado parecidos trucos arropado en su elegancia. El dia
que Manzanares se pase los toros por la bragueta, sin perder su elegancia, será
un torero de época. Unos le aplaudieron y otros le silbaron. O sea, como en el
poema lorquiano, “señores guardias civiles/ aquí pasó lo de siempre; /murieron
cuatro romanos/y cinco cartagineses”
No hay comentarios:
Publicar un comentario