lunes, 11 de mayo de 2015

SAN ISIDRO (IV).LA OREJA DE LA VENGANZA Y EL DESESPERO

Meditaba yo sobre la contingencia del ser humano y sobre las incongruencias de la vida, cuando el cuarto novillo cazó a Gonzalo Caballero y le dio una paliza tremenda. Ciertamente los toreros, sean bisoños o precoces, son de una raza especial; tienen carne de perro. Aunque tengan el alma frágil para la injusticia y sean débiles ante el agravio.
Gonzalo Caballero, al finalizar la lidia del primero, se cabreó con el presidente porque no le dio la oreja que le había pedido mayoritariamente el respetable. Esas cosas se ven mejor en el Plus que en la plaza, el cabreo, la palabrota justiciera. No es publicidad: de continuar en el Plus Javier Diez de Polanco, podría serlo; por mamoneo amistoso o por buscar una sinecura; este elogio es una constatación; lo que se llama una obviedad; técnicamente en el Plus las retransmisiones son impecables.
Si no estás de acuerdo con los comentarios, pues quitas el sonido y santas pascuas. Eso es la democracia que, en el toro no existe aunque creamos que sí. La única democracia para el aficionado es sacar el pañuelo blanco o insultar al presidente. Ni siquiera tiene la garantía de que su petición de oreja, pueda ser atendida. Ahí acaba todo. Más o menos como en la democracia política: votar cada cuatro años y nada más. Gonzalo Caballero dijo que en esto del toro le han hecho muchas putadas, que le jodían la alternativa o le robaban una oreja. En el colmo del cabreo afirmó: “no merece la pena seguir en esto”.
Mal debe de estar esto cuando un novillero puntero, aspirante a todo, expresa esa dramática protesta. Luego, tras la paliza y con el cuerpo magullado, Caballero tiró la muleta, se encunó y metió brazo y estocada como Dios le dio a entender. Arrollado, pisoteado, hecho un Ecce Homo, Gonzalo Caballero rescató de las garras del presidente la oreja que le había birlado antes; a él y a la voluntad popular que, en la primera oreja, es soberana.
Pero así no se mata, eso también es obvio y es un gesto de desesperación. Se mata echando la muleta a las pezuñas, cruzando y saliendo limpiamente por el costillar. “A quien no hace la cruz se lo lleva el diablo”, escribía Bergamín. A Gonzalo Caballero no se lo llevó el diablo; lo dejó para el arrastre pero con una oreja en las manos, que es el mejor remedio contra el maligno.

Novillos de El Parralejo serios; más serios y con más plaza que muchos que saldrán al ruedo de las Ventas en este mes. Eso lo decimos siempre en todas las novilladas de Las Ventas. Y lo malo es que siempre  tenemos razón. También decimos que los novilleros llegan a Madrid muy placeados, con maneras de matadores. O sea que han asimilado precozmente los trucos de las grandes figuras a las que admiran y aspiran a suceder; verbigratia Fernando Rey, muy puesto, muy elegante; y Francisco José Espada sobrado de fondo y forma.
Fernando Rey brindó a don Máximo Garcia Padros, cirujano jefe de las Ventas, que le operó en una situación no sé si límite, pero sí muy comprometida: “Saber que está usted ahí nos da tranquilidad. Usted y su gente nos salvan la vida”. ¡Olé!

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