lunes, 1 de junio de 2015

SAN ISIDRO. PABLO ROMERO-P. DE RESINA, AL MATADERO

Los Pablo Romeros al matadero
La semana torista empezó con seis bueyes del Partido de Resina; bueyes sin paliativos. Y si, como escribió el poeta, nunca medraron los bueyes en los páramos de España, mucho menos en las Ventas del Espíritu Santo. La negación del toro de lidia: absoluta mansedumbre sin raza y sin casta. Loor a Sebastián Ritter que, pese a todo, esbozó un toreo firme y  rítmico y ligado en su primero.  Convencido de que tenía la oreja en la mano, citó a recibir y sobrevino el desastre: una degollina de bajonazos infames. Poco fue pero salvó el honor; Eduardo Gallo y Rafael Cerro ni eso. Rectifico; cualquiera que se viste de luces tiene el honor y el valor acreditado como los militares. Partido de Resina, de seguir así, debe ir al matadero.
Pablo Romero fue una referencia  inexcusable del mejor toro de lidia. Grandes gestas se consumaron con ellos y no había matador que se preciase de figura que no midiera su gloria con tan legendaria ganadería. Se pudrió la casta, se hundió la raza y Pablo Romero devino en escombros. Jaime de Pablo Romero, el heredero, trató de salvar los muebles. Pero allí ya no quedaban muebles, sino astillas. Solo quedaban las marismas y la arrogante estampa de unos animales vacíos por dentro. Vacíos estaban los toros de ayer y de la vieja estampa les queda el hocico chato y un alma de buey en armazón de toro. Jaime de Pablo Romero empleó los últimos años de su vida en  salvar la ganadería y en salvar la vida de Paco Apaolaza herido de muerte por el cáncer.
 A Apaolaza lo llevaba a las procesiones de Semana Santa, lo vestía de nazareno y rezaba a Jesús del Gran Poder y a todas las vírgenes y santos. Jaime de Pablo Romero no consiguió ni una cosa ni la otra: vendió la ganadería y Paco Apaolaza murió sin remisión. En Sevilla, eso sí casi en la terraza de la Maestranza a las pocas horas de que trasegáramos juntos la última media botella de manzanilla. Sevilla ha sido cruel con los mejores críticos taurinos. También en la feria de abril murió en Madrid Joaquín Vidal, poniéndole negro luto a la Giralda. Estos días, organizando para la Fundación Jorge Guillén el millar y medio de cartas manuscritas que conservo,   me encontré con un poema de Luis Domínguez Barco, riojano en el que habita el alma de Diego Urdiales. Mil quinientas cartas. ¡Dios, cuánta gente ha pasado por mi vida! En homenaje a Joaquín Vidal, y por derivación en recuerdo de Paco Apaolaza, reproduzco parte del poema de Luis Domínguez. “Belmonte de El Mundo: /Joselito el Gallo, de El País,/ te ha dejado en los ruedos/ solitario./ Se ha roto el mano a mano/que tantas tardes de gloria/ nos dejó”. 

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