jueves, 4 de junio de 2015

SAN ISIDRO. ADOLFOS IMPRESENTABLES:CHICOS Y MANSOS



La semana torista sigue a la deriva.
El sexto toro de Adolfo Martín,  el menos malo de la adolfada infame  de trapío e infame de   genio malo -que algunos confunden con casta- a punto estuvo de capar a Manuel Escribano. Lo esperó en banderillas, el torero  se metió donde no debía, no halló toro, clavó en el aire y el derrote del Adolfo le apuntó al testiculario; como rebote colateral se le fue al corbatín. Cogió otra vez los palos y volvió a citar; lo que demuestra que el valor de los hombres no reside en la entrepierna sino en la mente y en el corazón. Dicho esto, Manuel Escribano es un mal banderillero. En el escalafón de plata, así a bote pronto, se me ocurren por lo menos tres docenas de banderilleros mejores que él.
 Escribano está escalando puestos a base de dentelladas; esta  oreja de Madrid para él es alcanzar la cumbre. Es un guerrillero sin especiales dotes estilísticas. Lo lleva la empresa de las Ventas  y eso le va a abrir casi todas las ferias de Iberia.
Todo lo contrario de Diego Urdiales, que va camino de convertirse en un torero de culto; pero con esa sacralidad, con ese sacramento de la sencilla solemnidad de su toreo no se llega a los carteles de las fiestas patronales de España. El Vaticano publicó bulas de excomunión  contra los taurinos y, a la vez, celebraba santos, vírgenes y octavas con corridas a beneficio. O sea un contradiós. Así que entrar en las fiestas patronales es como una bendición y  más importante que esculpir el toreo como hizo ayer en Las Ventas el torero riojano: sitio exacto en el que el toro no tiene más remedio que embestir; valor seco, caligrafía de trazo. Eso es la pureza: sin retóricas.

Urdiales, torero de culto.
Las Ventas lo vio y no lo vio. Las Ventas es una plaza bipolar. A veces anestesiada y a veces iracunda. Ayer le dio una oreja a Escribano que es como queda dicho un guerrillero y yo a los guerrilleros no les discuto nada y menos un apéndice peludo. Las Ventas es como la democracia española: un ente  esquizofrénico y bipolar, un poco menos putrefacta y perjura, aunque regale orejas y tolere reses que si no llevaran el hierro de Adolfo Martín no tendrían  pase; algún tímido silbido en el 7 que también está anestesiado. En verdad los adolfos no tuvieron un pase. De ahí el mérito de Urdiales.
La democracia taurina es un espejismo, como la democracia política: un pañuelo blanco para limpiarse los mocos, y un voto cada cuatro años para fomentar una pesadilla de libertad. Este año más pesadillas con la que está cayendo. A mí no me pillan. Por decencia nunca pedí una oreja; y por decencia hace siglos democráticos que no voto.
Los toros de Adolfo Martín eran tan justos de trapío que parecían de plaza de segunda. El segundo era una rata cabreada que resultó un quinario para Castella. No importa, el francés ya es triunfador absoluto de la fiesta, con permiso de  Manuel Jesús el Cid a solas con seis victorinos dentro de unas horas. Los adolfos tenían mal genio endiablado  y los toreros no están hechos a esas desventuras. Los mansos de genio y cuello rápido, aunque sean chicos como los adolfos, no son frecuentes en los ruedos de  España en tiempos, y más propiamente, nominado las Españas.

En estas circunstancias el toreo de verdad, esa lidia exacta, litúrgica y ceremonial con fulguraciones de aroma y perfume de eternidad, lo hizo Diego Urdiales. Gustan más los guerrilleros que los sumos sacerdotes. La semana torista sigue a la deriva; San Victorino ¡ora pro nobis! 

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