Matias González también se equivoca
Hace tiempo el Jurado del Asador
Elcano, de Losa, declaramos a Matías González, usía de la plaza de Bilbao, mejor presidente de España. Puede que siga siéndolo, no lo sé; pero cuando se
equivoca se equivoca a fondo como ayer, al no devolver el cuarto toro. En esas
devoluciones no efectuadas, con frecuencia se le birla al torero una
posibilidad de triunfo. Si yo fuera Enrique
Ponce le pediría a don Matías daños y perjuicios. Ponce había hecho al primero una faena matemática y sorda; una faena
de física cuántica pues alcanzó la
fusión perfecta del tiempo y del
espacio. El Juampedro era una mole de carne al que Ponce fue capaz de
insuflarle el soplo de la vida.La suerte de varas, un simuacro de tentadero, como a todos los demás. Podían haberos picado con el regatón. Se le atravesó la espada. Nadie, después de
esto, se atreverá a llamarle Quique a don Enrique Ponce de Chiva. No
lo sé. El público de toros es tornadizo y voluble; en esto solo le igualan los
periodistas.
Hace años en Valencia titulé una crónica en el
Mundo: Los Juampedros, asfixiados y afeitados. Hoy lo dejaré en asfixiados,
a la vez que resalto sus serias arboladuras. Don Juan Pedro Dómecq, “herido en su honor de ganadero” (sic) mandó
una carta a El Mundo, con más casta y raza que sus toros. Le respondí a la
semana siguiente desde Castellón: Juampedro,
apoteosis del borrego. Y ahí se acabó nuestra correspondencia epistolar.
Los juampedros de ayer de Bilbao no eran borregos pero
estaban asfixiados. Acaso fuera el volumen de su anatomía, una masa cárnica con
más kilos que raza. Pero peor que los
kilos es la falta de raza. Descastados, incómodos e inválidos. El sexto se
acordó de un lejanísimo gen bravo y, pese a su debilidad, su embestida tuvo
cierto son sin profundidad. Lo cual le permitió a José Maria Manzanares un toreo a media altura, lejano; un toreo de empaque y sin apreturas. Bajarle la mano a
aquel claudicante semoviente hubiera sido un crimen. Se ganó una oreja
clamorosa, tras un gran volapié en la yema, pero en la mente de los
mejores aficionados quedaba la faena matemática, transparente y en cierta modo mágica de Ponce en un primero que parecía imposible.
La sensibilidad de Bilbao con Ponce
Ponce tiene una sentimentalidad muy
especial con Bilbao. La Unión Hipostática de dos naturalezas en una sola
divinidad. Por eso no le pareció mal compartir con Bilbao hace dos años el
Premio Paquiro. Yo me cabreé porque
entendía que la mitad del premio no se le daba a Bilbao, sino a la Junta de Vista Alegre, en
la persona de Javier Aresti. No pasó
nada; yo defendía la opción del premio
en solitario para Ponce y perdí la votación; me pasaron por encima como una
apisonadora. Pero sigo pensando que le
birlaron medio premio. Fue la oportunidad para dimitir del jurado al año
siguiente.
Desastre laboral de Morante.
A José Antonio Morante de la Puebla, se le atravesó la espada, mas en
realidad lo que se le habían atravesado eran los toros de Domecq. Cierto que el
sevillano actuó con cautela, pero allí no había nada que rascar. Cuando Morante
intenta el toreo bueno como ayer, aunque
sea con recelos, y no le sale,
sobreviene el desastre. Pero no el desastre artístico, sino el desastre
laboral; lo peor que puede ocurrirle a un artista.
He escrito esta crónica porque,
aunque alejado de esto, nunca puedo dejar en blanco las Corridas Generales de
Bilbao. Y porque mi amigo Quijote, por mejor nombre Murga, me ha dado el
primer aviso. No sé si veré la de mañana,
cosas de la farándula; en julio y en
agosto, en pos del teatro, he hecho más
kilómetros por las carreteras de España que muchos toreros. Y en cierta medida
sigo.
Reconforta la plaza de Vista Alegre
hasta la bandera, reconforta el azul
Bilbao y el vino de Bilbao y los amigos de Bilbao. Por eso entiendo que un
miembro del jurado del Paquiro me reprochara que no diese mi voto a Bilbao y se
lo diese solo a Ponce. Pero es que yo pienso que no era a Bilbao, al pueblo de
Bilbao, al que se le daba.
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