miércoles, 26 de agosto de 2015

Corridas Generales. JUAMPEDROS RUINOSOS; PONCE MÁGICO


Matias González también se equivoca
Hace tiempo el Jurado del Asador Elcano, de  Losa, declaramos a Matías González,  usía de la plaza de Bilbao,  mejor presidente de España. Puede  que siga siéndolo, no lo sé; pero cuando se equivoca se equivoca a fondo como ayer, al no devolver el cuarto toro. En esas devoluciones no efectuadas, con frecuencia se le birla al torero una posibilidad de triunfo. Si yo fuera Enrique Ponce le pediría a don Matías daños y perjuicios. Ponce había hecho al  primero una faena matemática y sorda; una faena de física cuántica pues alcanzó la  fusión perfecta  del tiempo y del espacio. El Juampedro era una mole de carne al que Ponce fue capaz de insuflarle el soplo de la vida.La suerte de varas, un simuacro de tentadero, como a todos los demás. Podían haberos picado con el regatón. Se le atravesó la espada. Nadie, después de esto,  se atreverá a llamarle Quique a don Enrique Ponce de Chiva. No lo sé. El público de toros es tornadizo y voluble; en esto solo le igualan los periodistas.
Hace  años en Valencia titulé una crónica en el Mundo: Los Juampedros, asfixiados y afeitados. Hoy lo dejaré en asfixiados, a la vez que resalto sus serias arboladuras. Don Juan Pedro Dómecq, “herido en su honor de ganadero” (sic)  mandó una carta a El Mundo, con más casta y raza que sus toros. Le respondí a la semana siguiente desde Castellón: Juampedro, apoteosis del borrego. Y ahí se acabó nuestra correspondencia epistolar.  
Los juampedros  de ayer de Bilbao no eran borregos pero estaban asfixiados. Acaso fuera el volumen de su anatomía, una masa cárnica con más  kilos que raza. Pero peor que los kilos es la falta de raza. Descastados, incómodos e inválidos. El sexto se acordó de un lejanísimo gen bravo y, pese a su debilidad, su embestida tuvo cierto son sin profundidad. Lo cual le permitió a José  Maria Manzanares un toreo a media altura, lejano; un toreo  de empaque y sin apreturas. Bajarle la mano a aquel claudicante semoviente hubiera sido un crimen. Se ganó una oreja clamorosa, tras un gran volapié en la yema, pero  en la mente de los mejores aficionados quedaba la faena matemática, transparente  y en cierta modo  mágica  de Ponce en un  primero que parecía imposible.

La sensibilidad de Bilbao con Ponce
Ponce tiene una sentimentalidad muy especial con Bilbao. La Unión Hipostática de dos naturalezas en una sola divinidad. Por eso no le pareció mal compartir con Bilbao hace dos años el Premio  Paquiro. Yo me cabreé porque entendía que la mitad del premio no se le daba a  Bilbao, sino a la Junta de Vista Alegre, en la persona de Javier Aresti. No pasó nada; yo defendía la  opción del premio en solitario para Ponce y perdí la votación; me pasaron por encima como una apisonadora.  Pero sigo pensando que le birlaron medio premio. Fue la oportunidad para dimitir del jurado al año siguiente.

Desastre laboral de Morante.
A José Antonio Morante de la Puebla, se le atravesó la espada, mas en realidad lo que se le habían atravesado eran los toros de Domecq. Cierto que el sevillano actuó con cautela, pero allí no había nada que rascar. Cuando Morante intenta el toreo bueno como ayer,  aunque sea con recelos, y no le sale,  sobreviene el desastre. Pero no el desastre artístico, sino el desastre laboral; lo peor que puede ocurrirle a un artista.
He escrito esta crónica porque, aunque alejado de esto, nunca puedo dejar en blanco las Corridas Generales de Bilbao. Y porque mi amigo Quijote, por mejor nombre Murga, me ha dado el primer  aviso. No sé si veré la de mañana, cosas de  la farándula; en julio y en agosto,  en pos del teatro, he hecho más kilómetros por las carreteras de España que muchos toreros. Y en cierta medida sigo.

Reconforta la plaza de Vista Alegre hasta la bandera,  reconforta el azul Bilbao y el vino de Bilbao y los amigos de Bilbao. Por eso entiendo que un miembro del jurado del Paquiro me reprochara que no diese mi voto a Bilbao y se lo diese solo a Ponce. Pero es que yo pienso que no era a Bilbao, al pueblo de Bilbao, al que se le daba.

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