domingo, 3 de abril de 2016

VIVAN LOS TOROS. LOS ENEMIGOS DE LA FIESTA.


La cuestión taurina.

Me juré hace tiempo  no entrar en polémicas de toros. Entre otras cosas porque el antitaurinismo militante contiene unos  factores de irracionalidad que escapan a mi entendimiento. Y  conste que puedo compartir algunas premisas de los antitaurinos. Entre ellas, la de que al toro el verdadero daño se le inflige   al margen de la lidia. No fuí a las Fallas,  cuyo fervor mantengo  gracias a la peña los Machacos, de la que soy miembro de honor condecorado. De la Feria de Abril  que hoy comienza iré algún dia a Sevilla, más por recuperar algunas noches de flamenco y republicanismo por  Triana que por ir a la Maestranza; y conste que considero la Maestranza el más hermoso templo de la tauromaquia. En San Isidro veré algunas corrida, pero pocas. Justo las  que me pidan ver juntos cómicos y comicantas  de la Farándula, lo cual me permite exhibir un magisterio que acaso no tengo, pero que ellos esperan y están absolutamente convencidos.

Después de haber escrito unas 3.000 crónicas  en El Mundo y media docena de libros, la corrida me aburre. Y las polémicas extramuros, más. Pero reivindico mi derecho a aburrirme sin que nadie me lo imponga  manu militari o por decreto humanista. Sigo defendiendo, con Blanco White, que los males de España son religión y mal gobierno y no los toros. Y hace tiempo que vengo afirmando  que el cáncer de la Fiesta está dentro de ella. No hay que echar la culpa al empedrado de europeísmos y separatismos, aunque también.

La destitución de Enrique Amat del Levante.
De los Machaco de Valencia me llega la noticia de que el Levante ha descabalgado  de la crítica taurina a Enrique Amat, uno de los pocos críticos solventes  que se podían leer. Y que probablemente ese periódico va a adoptar una posición antitaurina, de lo cual  la destitución de Amat puede ser el primer indicio. El periodismo  taurino  de Valencia yo creo que es de lo  peor  de España. Enrique Amat era un caballero de la crítica que merecía ser leido. Como Salva Ferrer, al que por sugerencia de Carlos Ilián, y tras un seguimiento razonable de su labor, yo metí en el Mundo en el que ya no está. Es igual; donde esté, Salva Ferrer será un ejemplo de crítico  sujeto a los errores humanos que todos tenemos.

Menos postureo y más arrimarse.
Por los Machaco, mejor dicho por Javier Mompó, me llega una indignación que comparto: “Diles a las figuras, en especial a Enrique Ponce, que menos discursos, fotografías y postureo en favor de la Fiesta y más arrimarse; la mejor defensa es matar toros íntegros y no chotos afeitados”. Yo ya no digo nada en toros. Pero dicho está, aunque supongo que esto no le va a gustar a mi amigo, el Murga ,el sabio Cide Hamete Benengeli, que sobre Ponce no admite discusión. Quijote es de una lealtad sublime  al poncismo, a la escuela y al maestro,  que a mí me conmueve. Creo que el torero de Chiva  y él ya se conocen personalmente; haber contribuido a ese encuentro   es algo de lo que siento satisfecho. Para Quijote, seudónimo de un cervantista culto y apasionado, debió de ser como el encuentro con la divinidad.

Que la  opinión negativa acerca del paripé de las figuras y la defensa de la Fiesta, me llegue de Javier Mompó también me conmueve; lo conocí hace casi treinta años, cuando era un adolescente, y creo que ha asimilado los fundamentos de la  tauromaquia que defiendo y que los ha mejorado. La “conversión” de Javier no fue nada casual; venía de la escuela de Francisco Puchol, de Jaime Sanz, y de su padre Juan Manuel Mompó. Y de Leopoldo Barrera, padre de Vicente, el torero ilustrado, una de cuyas crónicas titulé Arcangélico  Barrera, con gran celebración por parte del barrerismo.

Gracias querido Jaime, capitán del ejército republicano de Vinaroz, por la hospitalidad prestada a mis amigos/as para ver desde el balcón de tu casa la mascletá y la cremá. Algún dia volveré a mi sitio en tu ventanal. Mientras llega ese dia, un abrazo y ¡!Va por ustedes!!. Y un saludo para Enrique Amat ex crítico del periódico Levante. Salud amigo. Hay vida fuera de los toros y más vida todavía fuera de la crítica taurina. Doy fe.

 

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